El calzado cerrado puede afectar negativamente a nuestros pies si no se elige adecuadamente debido a que este limita la actividad de algunos músculos del pie esenciales para la estabilidad.
Este debe adaptarse a nuestros pies y no ser nuestros pies los que se adapten al calzado, de modo que deben tener el ancho y tallaje adecuado. El calzado estrecho puede generar callos, dedos en garra y juanetes.
Al contrario, un zapato que no se ajuste al talón y no mantenga una postura homogénea puede hacer que el pie se resbale hacia delante e incluso provocar un esguince en el tobillo.
Para elegir la talla adecuada hay que dejar entre el final del zapato y nuestros dedos un margen de un centímetro.
Por otra parte, hay que fijarse en el tipo de material del calzado porque los materiales sintéticos no son transpirables y generan humedad en los pies lo que puede provocar maceraciones en los pies y la aparición de hongos y bacterias. Lo más aconsejable es utilizar materiales transpirables como las pieles naturales.
Además, el uso de botas solo es recomendable si hace mucho frío, ya que también pueden calentar en exceso el pie y favorecer la sudoración.
En cuanto a la suela el calzado cerrado también puede presentar problemas. Aunque las zapatillas de tela o las bailarinas pueden parecer una buena opción lo cierto es que carecen de la amortiguación necesaria y no se adaptan a la forma natural del pie. El calzado debe tener una suela flexible.
Por último, cabe hacer referencia a los calcetines ya que vienen asociados al calzado cerrado y esto debería ser así. La moda ha hecho que se prescinda de los calcetines en algunas ocasiones, lo que es un error porque puede derivar en infecciones fúngicas.
Ante la duda sobre el calzado más adecuado para ti puedes consultar con un podólogo titulado y colegiado quien valorará tu caso particular.